lunes, 12 de mayo de 2008

Ahora o nunca (o el despertar de la fauna)

- Disculpame (la miro: alrededor de 70 años, rubia, perfumada, collar de piedras, típica señora de Barrio Norte, lo que se me hace evidente no sólo por su paqueta apariencia sino por esa marca sonora de acentuar fuertemente la “a” de “disculpame”)(No, no viví nunca en Barrio Norte, lo digo de puro prejuiciosa)
- ¿Si?
- ¿Esta es una función especial? (otra vez: me da la sensación de que pronuncia “cial” con su nariz)
- ¿Especial en que sentido? (lo admito: sabía exactamente qué quería decir la ricachona señora pero me causó gracia el adjetivo “especial”)
- ¿Qué película dan?
- Ahí esta la grilla (le señalo con la cabeza el stand con los folletos de programación, me saco un diez en “mala educación para con la tercera edad”).
Fue en mi primera visita al Festival Internacional de Cine Independiente de este año. Elegí el Atlas Santa Fe porque deseaba, principalmente, evitar a toda costa la muchedumbre habitual del Shopping Abasto, considerado el bunker principal del Ciclo. Tenía muchas ganas de asistir a alguna de las actividades especiales como las charlas abiertas con directores de visita en el país pero, con tal de no cruzarme con infinitas familias (con infinita prole) cargando bandejas de Mc Donalds y voluminosas bolsas de compras, desistí de tal idea, busqué otras alternativas y me dispuse a seguir el procedimiento general (PG) para esta clase de eventos. He aquí un esquema de sus principales puntos:
1º) Toma de posición (política, social, ideológica) en cuanto a asistir o no al Festival: Este momento da lugar, en ciertos circuitos culturales, a apasionadas discusiones. Sobre este punto volveré hacia el final de la crónica.
2º) Elección de la película: Esta fase depende, enteramente, de los conocimientos cinéfilos del sujeto-espectador en cuestión y da lugar a múltiples resultados (como tantas clases de sujetos haya). Si uno es un erudito en el tema puede, entonces, tener la suerte de sentarse a gusto, con la grilla de programación desplegada como un mapa de navegación sobre la mesa, y elegir a conciencia tanto un documental checo sobre la caza indiscriminada de patos o una gore sangrienta sobre la organización de los vampiros en sociedades secretas. Pero, y dado el caso de que uno no sea un capo di tutti gli cappi del séptimo arte pero le guste acudir a este tipo de eventos, también puede elegir a ojos cerrados cualquier opción (cual dedo paseando sobre un tablero del Ouija), rezando para que la película escogida sea, al menos, sonora y tenga más de un personaje. En mi caso, elegí en primer lugar “Sad Vacation”, de un director japonés que no conocía, ya que me gusta ver películas orientales que, en general, son bizarras, violentas y con una fotografía excelente. Llegué unos minutos tarde a la función, por lo que no pude ingresar a la sala (nota mental: recordar la próxima vez llegar a tiempo). Huí entonces al Centro Cultural Recoleta y compre entradas para “One Who Set Forth - Wim Wenders’ Early Years”, que prometía, según mi inglés básico, ser una película dirigida por Wenders (un director que supo ser un gran provocador con su estilo en los ‘70) y resultó un documental de Marcel Wehn sobre la vida de Wenders; lo que era obvio, si me hubiera detenido diez segundos a descifrar correctamente el título. Al día siguiente vi, finalmente (me había empecinado), una película japonesa: “Amazing History” de Masahiro Kobayashi en el Atlas Santa Fe; y, por último, asistí en el Paseo Gardel a una función al aire libre de “Los Próximos Pasados”, un documental argentino sobre un mural oculto en una casa bonaerense.
3º) Asistencia a la función: Este es el momento-meollo de la cuestión y da lugar, dadas las circunstancias particulares del BAFICI, a situaciones de lo más diversas. Como mencioné, el primer día fui en pos de una película oriental y acabé por ver un documental alemán (“¡Es un documental de la vida del tipo! ¡Me quiero morir!” me dijo mi compañera a los dos minutos de comenzado el film; “¡Yo también!” le respondí yo, lo más dramáticamente que pude, porque había sido mi idea y me sentía culpable de arrastrarla a semejante destino). Sin embargo, fue una linda sorpresa y me fui muy contenta por el error cometido. La biografía de Wenders era apasionante y el documental, a través de entrevistas a él, sus mujeres, amigos y allegados varios, echa luz sobre la personalidad de un director tan misterioso y enigmático. Entretanto, además de quejarme y mascar maní con chocolate, tuve tiempo de dar una mirada a los demás asistentes a la función: veinticinco años promedio, grandes sacos de feria americana ellos, vestidos onda fifties ellas, peinados deliberadamente desprolijos. Ellos, ellas (¡todos!) con anotadores y/o actitud de profunda atención. “Estudiantes de cine”, dije yo. “Entendieron bien el título”, dijo mi compañera.
“Amazing history” fue, definitivamente, lo que esperaba ver un habitué de un ciclo de cine independiente (“¿Para qué venís al BAFICI?”, le pregunté a un quinceañero con acné y remera de Green Day que esperaba para entrar: “Para ver pelis raras”, me respondió categóricamente): tres personajes, planos abiertos y larguísimos, secuencias extremadamente lentas, diálogos incoherentes, trama ilógica y sin ningún sentido. Como no podía esperarse de otro modo, también tenía un final pésimo. Apenas me senté observé la concurrencia de la sala, esta vez sí, con un público de lo más diverso. Me reí anticipadamente pensando en el comportamiento que tendrían las personas que estaban sentadas en las butacas frente a la mía porque si hay algo seguro, es que los directores japoneses aman hacer escenas de fuerte erotismo: eran dos señores y dos señoras, me figuré que serían dos matrimonios amigos. Ellas se llamarían Ana María, Beatriz o Estela. Ellos, Enrique o Mario; y habrían ingresado al cine luego de tomar el té en alguna confitería sobre la Avenida Santa Fe, incitados por la mucha publicidad que se le dio al evento. No conozco los hábitos culturales (en cuanto a preferencias sobre cine o teatro) de esas personas pero sí estoy bastante segura de que no se esperaban semejante escena erótica. También debo expresar con admiración que ambas señoras lo soportaron estoicamente; igual que yo, que me fui muy satisfecha de haber visto, finalmente, lo que fui a buscar en primer término.
Al salir de la sala le pregunté a espectadores y especimenes varios que deambulaban por los pasillos “¿Por qué venís al Festival?”; esperé una y otra vez que alguno me respondiese “No sé, porque vienen todos” y, de esta forma, reafirmar mi hipótesis eje que consiste en que, en estos tiempos, la gente simplemente va adonde va otra gente, especialmente los jóvenes, que vamos “todos a todas partes” (lo que explicaría convenciones de tatuajes, fiestas en el Barrio Chino y ciclos de poesía al aire libre, que multiplican exponencialmente su número de concurrentes año a año). Desafortunadamente, nadie me respondió como yo esperaba: “Me parece una salida diferente” (Daniel, treintañero, ninguna seña en particular). “¿Diferente en que sentido?”, pensé yo. Recordé a la señora del collar de piedras. “Vengo todos los años, hay siempre cosas muy interesantes” (Santos, veintiañero). “Porque me gusta, soy de Mar del Plata y suelo ir al Festival Independiente allá, quería ver también acá” (Natalia, veintiañera). Refunfuñé y desistí de seguir recolectando refutaciones a mi teoría. De todas formas, sostengo que es correcta, quizás lo erróneo haya sido el procedimiento. Proseguiré en otra ocasión más propicia.
Finalmente, asistí el último día a una actividad que se inauguró en esta edición, una exhibición al aire libre, en este caso, de un documental sobre las tareas de rescate de un mural pintado en un sótano de una hacienda bonaerense. La directora, según mi grilla, era Lorena Muñoz y, felizmente, no se encontraba presente porque de haberlo hecho le hubiera criticado abiertamente su espantosa película. Tanto el pintor (Siqueiros, el fundador junto con Diego Rivera de un movimiento de pintura por y para el pueblo), como el contexto histórico (el exilio de Siqueiros de México luego de la Revolución Mexicana), y las circunstancias particulares en que fue pintado ese mural articulan una historia triste y hermosa que nunca antes fue contada, y lo es ahora por una directora que lo hizo de la peor manera posible. En fin, críticas feroces al film al margen, paso al último punto del PG:
4º) Balance: Este momento, que comienza con nuestros propios amigos a la salida de la función, se encuentra íntimamente relacionado con “la toma de decisión” (ver punto 1º) y se retroalimentan mutualmente. Hubo un tiempo -no tan lejano: de diez a cinco años- en que no cabían dudas respecto a la utilidad del Festival; ésta consistía en exhibir películas (o cortometrajes) que, dadas sus condiciones de producción, no fueran a ser vistas en otras circunstancias. Estudiantes de cine y cinéfilos varios (fauna tipo “A”) acudían en tropel a las salas del BAFICI para ver cintas que, de no mediar una inesperada repercusión (como ocurrió con “La vida después de la muerte”, “Recursos humanos” y “Como un avión estrellado”, entre muchas otras), no serían promocionadas en el circuito de exhibición comercial. Era el “Ahora o nunca” para ver formas de narrar y de editar diferentes a las de la lógica pochoclera. Sin embargo, hace algunos años, ciertas formas culturales (sean de cine, teatro, poesía, música o muestras de arte) comenzaron a ser de importancia en la agenda del Gobierno de la Ciudad, que se dispuso a organizar y promover a gran escala esta clase de eventos: El BAFICI se “masificó”, por decirlo de alguna forma, con dos consecuencias principales:
* Fue el fin del público homogéneo que tenía en sus inicios. La concurrencia a las Sedes es hoy de lo más variada y heterogénea (fauna tipo “B”), amén de la multiplicación del volumen del público;
* El Festival adquirió algunas características atípicas para un circuito independiente: así es como vemos publicidades de la Fundación Noble y de celulares al comienzo de las funciones (no, no se me pasó inadvertido el documental producido por el Grupo Clarín), carteles de propaganda por toda la ciudad, y nos encontramos con la sorpresa de que, no sólo cada edición está mejor organizada que la anterior sino que hasta se pueden adquirir las entradas por el sistema Ticketek (si, definitivamente era innecesario).
La cuestión aquí es aceptar estos cambios o no, es decir: participar o indignarse, esa es la cuestión. Por mi parte, no me siento invadida ni me creo una elegida del séptimo arte para mandar a sus casas a nadie. A riesgo de simplificar mucho el asunto creo que las fiestas para pocos no son nunca buenas. Y el BAFICI es una fiesta, y si no habrá que preguntarle a Beatriz (o Estela).

L.B.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me gustó mucho esta crónica, la forma en que está escrita sobre todo y el no caer en los "lugares comunes". además, debo admitir que me sacó varias carcajadas.

Lorena dijo...

Angeles ¡muchas gracias!

Cajonera de textos