viernes, 9 de mayo de 2008

Raymond Carver

LA PEQUEÑA MIRADA

por Malena Ley

Se cumplen 70 años del nacimiento y 20 de la muerte de Raymond Carver, el cultor del minimalismo


Se espían desesperanzas e indolencias, esperando que en algún momento suceda lo que nunca pasa. Es un letargo amenazado por la tensión. Y eso perturba. La narrativa de Raymond Carver está poblada de seres desangelados en situaciones casi cotidianas. Porque el escritor no apela a marcos pomposos, todo ocurre en ambientes tan destartalados como sus habitantes Ahí hay peleas, precariedades, traiciones y escepticismos. Pero también, una urgencia de ternura o algún tipo de redención. Sin mucha conciencia —ni énfasis— los personajes de Carter entablan una última batalla contra la condena del desencanto humano. Y acaso su victoria sea la resignación. El autor no los menosprecia ni enaltece. Sólo se limita a señalar las heridas.
“Vos no sos tus personajes pero tus personajes sí son vos”, explicaba.



Raymond Carver nació en Oregon el 25 de mayo de 1938. Su madre trabajaba como camarera o vendedora mientras su padre se trasladaba de Estado en Estado, detrás de distintos empleos. La inestabilidad económica y el alcoholismo paterno eran los pilares de la familia. Aunque eso no invalidaba el cariño y los buenos ratos. Cuando tenía 19 años Carver se casó con su novia Maryann Buró, de 16, y a los pocos meses nació su hija Christine. Un año después llegó Vance. Para ese entonces la familia se había mudado a Paradise, California, pero después de un tiempo decidieron instalarse en Chico. Luego vendrían Eureka, Arcata, Palo Alto, Sunnyvalley, Ben Lomond y Supertino. Igual que su padre, Carver persiguió a la esperanza por distintas ciudades. “Hasta donde tengo memoria, desde que era un adolescente la remoción de la silla en que estaba sentado era una preocupación constante. Durante años y años mi mujer y yo nos encontramos yendo y viniendo mientras tratábamos de poner un techo sobre nuestras cabezas y el pan en la mesa. Durante años mi mujer y yo habíamos tenido la creencia de que si trabajábamos duro y tratábamos de hacer lo correcto las cosas buenas nos sucederían. No es tan malo tratar de hacerlo y construir una vida sobre eso. Rabajo duro, metas, buenas intenciones, lealtad, creíamos que esas eran virtudes y que en alguna forma serían recompensadas. Lo soñábamos cuando teníamos tiempo para hacerlo. Pero eventualmente nos dimos cuenta de que el trabajo duro y los sueños no bastaban. En alguna parte, tal vez en Iowa City o poco después, en Sacramento, los sueños comenzaron a desmoronarse”, evoca en Fuegos.

Carver escribía en sus horas libres, que nunca eran calmas ni suficientes. Se concentró en poesías y relatos breves. En 1959 asistió a un curso de Literatura Creativa que dictaba JOHN GARDNER en la universidad de Chico State. El profesor terminó prestándole la llave de su oficina. El favor también era un mandato y Carter lo cumplió. Se encerraba ahí todos los fines de semana. “Tenía un deseo muy fuerte de escribir; un deseo tan fuerte que, con el estímulo recibido en la universidad, y con las luces adquiridas, seguí escribiendo mucho después de que ‘el buen sentido’ las ‘realidades’ de mi vida me dijeran una y otra vez que tenía que dejarlo, abandonar el sueño, seguir con calma hacia delante y hacer algo distinto”, cuenta en el prólogo del libro de John Gardner: On becoming a novelist. Carver se hizo un bien a sí mismo y a sus lectores al obstinarse en su deseo. En 1961 publicó Los estaciones furiosas en Selection la revista literaria de Chico State que había fundado un año antes. En 1962 la Western Humanities Review acepta su relato Pastoral y una publicación de Arizona, Targets, el poema El anillo de bronce. Fue el principio.
Además de cierto reconocimiento, Carver también estrenó la primera de sus crisis matrimoniales, que incluyó la huida del hogar por una semana y el romance con una estudiante. Raymond y Maryann se separaron durante algunos meses. La reconciliación los trasladó a Sacramento. Con los años, esto se convirtió en una dialéctica de la relación. En 1964 publica en la revista December el cuento ¿Quieres hacer el favor de callarte, porfavor?, que tres años más tarde fue incluido en la antología The best american short stories. Habían comenzado los tiempos de recompensa, aunque la familia todavía dependía de trabajos esporádicos y mal pagos. “En esos días siempre tenía algún oficio mediocre, y lo mismo sucedía con mi mujer. Trabajaba de camarera o era vendedora ambulante. Años después enseñó en un colegio. Yo trabajaba en un aserradero, de celador, de mensajero, en una gasolinera, de dependiente en una tienda. Usted escoja el oficio: yo lo hice. Un verano, en Arcata, California, recogí tulipanes durante el día; por la noche limpiaba un restaurante en la carretera y barría el parking”, cantó. A finales de los 60 publicó dos libros de poemas, Cerca de Klaniath e Insomnio invernal, y recibió el National Endowment for the Arts Discovery Awards. La nueva década lo encontró más asentado en lo profesional. Su estilo comenzó a ser reconocido y fue nombrado profesor invitado de Escritura Creativa en la Universidad de California. En esos tiempos, ya era un alcohólico hecho y derecho, de los que golpean a su mujer y atemorizan a los hijos. La vida de Carver naufragaba como las de sus personajes. En 1976 fue hospitalizado tres veces para ser desintoxicado y hasta llegó a vender su casa de Supertino para pagar un tratamiento. Al año siguiente obtuvo la beca Guggenheim y publicó su primer libro de relatos, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, nominado para el National Book Award. “He tenido dos vidas. La primera terminó el 2 de junio de 1977, cuando dejé de beber. Es la decisión, de toda mi vida, de la que me siento más orgulloso. Nunca escribí una sola frase que valiera la pena mientras estaba bajo la influencia del alcohol”, admitió. Luego de ingresar a Alcohólicos Anónimos se fue a vivir solo a McKinleyville, en California. Él y Maryann intentaron una reconciliación pero, en un congreso de escritores en Dallas, Carver conoció a la poeta y profesora Tess GALLAGHER. Supo ver en ella a esa amiga y amante que luego sería su segunda mujer. Hacía sólo un mes que había dejado la bebida y cuatro años que no escribía. “Cuando unimos nuestras vidas en El Paso, Texas, empezábamos a recuperarnos tras haber cruzado un desierto de desesperanza. Para entonces ya habíamos vivido lo suficiente para saber de qué hablábamos. Ray había dejado el alcohol un año antes de irnos a vivir juntos. Se sentía perdido, tenía miedo de no volver a escribir. Se alejaba del teléfono cuando sonaba. Había tenido que declararse insolvente un par de veces”, conté ella en su libro Carver y yo.

En su “segunda vida”, él continuó enseñando en universidades y sumando prestigio. En 1982 se divorció de Maryann y un año más tarde publicó Catedral, nominado para el Pulitzer y el National Books Critic Circle Award. Raymond Carver se convirtió en un clásico. El acto de su ingreso en la Academia de Artes y Letras estuvo presidido por JOHN UPDIKE; sin embargo, lo que más lo emocionó fue descubrir entre los invitados a Jacqueline ONAssIs, esa mujer a quien su madre y él tanto habían admirado. En 1987 escribió su último relato: Tres rosas amarillas, publicado inicialmente en The New Yorker, en el que narra la muerte de ANTON CHEJOV, por tuberculosis. Con el tiempo, las simetrías se convirtieron en un lugar común. Carver era considerado “el Chejov norteamericano” y pocas semanas después de terminar ese cuento, comenzó a escupir sangre por la boca. Los médicos detectaron un cáncer y le extirparon dos tercios de pulmón izquierdo. Pero la enfermedad no se detuvo. “Se preguntaba qué podía hacer con el tiempo que le quedaba. Eligió trabajar y escribir sus poemas a pesar del pánico que le provocaba su tumor cerebral y más tarde, en junio, la reaparición del tumor en los pulmones. Su respuesta al duro golpe consistió en buscar algo bueno que celebrar y el diecisiete de junio nos casamos en Reno, Nevada. Fue una ceremonia muy carveriana en la pequeña iglesia que está frente al ayuntamiento”, recuerda Gallagher. Un mes y medio después, el 2 de agosto de 1988, Raymond Carver murió en su casa de Port Angeles, en Washington.

En su libro La vida de mi padre, Carver medita sobre una cita de Santa Teresa: “Las palabras llevan a las acciones... Preparan el alma, la alistan y la mueven a la ternura”. Y finaliza: “Mucho después de lo que he dicho haya abandonado sus mentes, ya sea en semanas o en meses, traten entonces, mientras se ocupan de sus destinos individuales, de recordar que las palabras, las palabras exactas y verdaderas, pueden tener el poder de sus actos. Recuerden también esa palabra poco usada: ternura. No les hará mal. Y esa otra palabra: alma —llámenla espíritu si quieren, si así es más fácil la reivindicación territorial—. No la olviden tampoco. Préstenle atención al espíritu de sus palabras, de sus actos. Ésa es una preparación suficiente. Y no más palabras”.

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